Jaime Gómez Triana
Abelardo
Estorino es sin duda el más prolífico y notable dramaturgo cubano vivo. Sus
piezas han logrado trascender las épocas y han encontrado un interlocutor
contemporáneo, joven, que puede acercarse a los textos no solo con la
complicidad que demanda siempre el teatro, en tanto manifestación que habla de
manera directa al aquí y ahora que comparten actores y espectadores, sino
además porque la excelencia de sus textos, cargados de frases contundentes y
vivamente nuestras, hace que el encuentro con su palabra sea siempre
placentero.
Una
de las más recientes puestas inspirada en su obra es El baile, en la versión de Julio César
Ramírez y Teatro D’ Dos. Centrada en el trabajo de interpretación de la
experimentada Daisy Sánchez, quien encarna a este inusual personaje
estoriniano, el nuevo montaje elude la ilustración del texto y propone al
espectador el trabajo de una actriz que interpreta o ensaya el texto en una
cabina de grabaciones. De esta manera se logra sortear una de las más complejas
trampas que el dramaturgo tiende a teatristas y espectadores. La protagonista
de esta obra es un personaje en construcción, que se arma frente a nosotros con
trozos de memoria y con un gran deseo. Necesita esta mujer, por sobre todo,
conjurar la soledad, escapar de la angustia que para ella significa estar
separada de su familia y, por ello, pendiente permanentemente del teléfono.
Daisy
Sánchez logra sin esfuerzo penetrar en el tejido del texto y presentar a una
actriz que lucha con la dificultad que presupone encarar una pieza cuya
dramaturgia no depende de la construcción del personaje, sino de la
presentación de su disolución en escena. Así, frente al público, con el que
comparte el juego, va apropiándose de un texto que ha aprendido de memoria y
que pareciera que la toma por sorpresa y la obliga a movilizar una vivencia
propia. Esa vivencia a un tiempo distante de la del personaje, sin duda de
mayor edad que la actriz, termina proponiendo una línea alternativa al texto
mismo a partir de que asistimos no ya a las confesiones del personaje, sino a
las revelaciones de la actriz que lo interpreta, expresadas mediante una
partitura gestual elaborada con sumo cuidado.
Un
valor de la puesta recae, sin duda, en la escenografía, un dispositivo que, en
la Sala del Complejo Cultural Raquel Revuelta, propone una nueva relación con
el ámbito teatral a partir de que se constituye en espacio íntimo, propicio
para todo tipo de confidencia. Menos integradas resultan en la puesta las
diversas lámparas que, si bien están puestas en función de lograr la atmosfera
de iluminación natural, quiebran la verosimilitud del espacio extrañante que es
la cabina de grabaciones y abren significaciones no justificadas del todo en el
montaje.
El
baile es, no obstante, el trabajo de la actriz que construye a otra actriz,
su manera de activar nuestros sentidos, su juego que es, acaso, una peculiar
manera de narrar en la que también aparecen las huellas de su trayectoria en el
teatro. Y es que no hay otro ámbito para la dramaturgia de José Abelardo
Estorino que el teatro mismo y su peculiar intensidad para decir lo cubano. Y
es Daisy Sánchez una intérprete que logra penetrar esa energía con naturalidad
y rigor.
1 comentario:
Muy buenoooooo!!!!!!!
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