Lecturas




No sé lo que te habrán contado,
pero es casi seguro que no te lo contaron como fue.
La casa vieja
Abelardo Estorino

En 2012 estamos celebrando el centenario de ese gran escritor cubano que es Virgilio Piñera. Recordado por su teatro, por su narrativa y por su poesía, Piñera es también, ha sido entre nosotros, el que dijo: “tengo miedo”1. Una amiga me recordaba en estos días la peculiar paradoja. El que se levantó de su silla y dijo tengo miedo, fue el más valiente. La anécdota ha ido y ha venido, a partir de ella ha corrido la tinta, sin que aún se haya publicado en Cuba, fíjense que digo en Cuba, una transcripción definitiva de aquellas otras intervenciones que condujeron a las Palabras a los Intelectuales, de Fidel.
He querido empezar hablando de Piñera porque a cien años de su nacimiento acaba de aparecer, como parte del volumen que le dedica la colección Órbita, de la UNEAC, su diálogo con el líder de la Revolución en aquellas reuniones de 1961. Han pasado 50 años de aquel intercambio y aún hoy, incluso después de publicado, sigue levantando opiniones contrapuestas. No podría ser de otro modo, la historia no es el devenir de sucesos en blanco y negro, es la acción efectiva —pude escribir afectiva— de hombres y mujeres. Más allá de los datos, de las evidencias, hay sentimientos, puntos de vista, razones; hay, también, silencios. Y por supuesto que, a la altura del siglo XXI, nadie pondría en duda que las palabras de Piñera en aquella reunión fueron tan importantes como las del propio Fidel. Sin que le temblara la voz el autor de Electra Garrigó planteó el problema central, la preocupación de todos. Fidel lo entendió de inmediato y por eso es que en su respuesta insiste en la necesidad de que todos participen, que todos, revolucionarios o no, se incorporen a las nuevas tareas. Mucho se ha escrito también de la trascendencia de las palabras de Fidel, su intervención echó las bases de una política cultural que se ha ido actualizando pero que se sostiene aún sobre los puntos fundamentales de aquel diálogo imprescindible, de aquella negociación, entre creación artística y política.
Se intentaba entonces confrontar razones, acorralar fantasmas e ir incluso más allá de las anécdotas. Se trataba de ir más allá de PM. Hoy sabemos mucho más sobre los resortes que desataron la polémica en torno a la exhibición de PM, los argumentos que sustentaban las posiciones de los grupos en contienda.  Ha pasado el tiempo y los sucesos se han hecho más transparentes. Los propios protagonistas de entonces acabaron por ocupar el lugar que escogieron, cada cual en línea con sus verdaderos intereses. Obviamente de nada serviría imaginar lo que habría sucedido si otro hubiera sido el desenlace de aquella batalla. ¿Acaso sería posible viajar al pasado y despojar una acción particular de su contexto o sustituirla por un gesto contrario? La historia y las nuevas generaciones juzgan, pero el verdadero juicio necesita afincarse en un análisis profundo.
Cada época tiene sus demandas y en todas ellas el pasado juega su papel.  Somos lo que recordamos, y la memoria —que lo digan los cineastas— edita, ajusta, selecciona. Espectadores y protagonistas a un mismo tiempo, somos memoria y convivio, somos también nuestra época. Y claro, el tiempo de la Revolución es la Revolución misma y los que hemos vivido, quiero insistir, los que vivimos este tiempo somos también la Revolución. Querámoslo o no, somos la Revolución, no digo sus hijos o sus padres, digo la Revolución. Negando o afirmando, nadie ha estado al margen de la gran transformación que trajo al país el 1ro. de Enero de 1959. Acaso puede alguien decir que ha estado al margen, que solo ha sido un observador, que apenas ha ocupado su luneta. ¿Qué ha sido?, ¿qué es la Revolución para los cubanos?, esa es, quizá, la pregunta que anima el más reciente documental de la cineasta Rebeca Chávez. 

Centrado en los aspectos que tienen que ver fundamentalmente con la cultura, con la política cultural, pero no solo con ella, Luneta No. 1 se plantea como una singular indagación en el imaginario de hombres y mujeres de diversas generaciones que han vivido en la Revolución. Cuatro entrevistas vertebran este ensayo audiovisual que articula memoria y mirada. Los protagonistas de esta historia se miran a sí mismos y al hacerlo miran a su país, a la cultura cubana, al pasado vivido o recuperado. La directora va más allá. Al filmar a sus entrevistados, al seleccionar las imágenes con que complementa sus respuestas, Rebeca Chávez logra poner sobre la mesa un cúmulo infinito de preguntas que obligan al espectador a pensarse a sí mismo en relación con su contexto, a quebrantar falsas seguridades, a proponer argumentos propios.
No se trata esta vez de ilustrar suficientemente sobre un tema, de develar claves ocultas, de hacer “el espectáculo”. La película rehúye del didactismo y propone un análisis dialéctico del devenir a partir del contrapunteo entre las certidumbres e incertidumbres de los propios entrevistados. Alfredo Guevara, uno de los protagonistas de este documental, explica él mismo el mecanismo usado por la directora cuando nos dice: “La verdad es Rashomón”. Por su parte, pensando quizá en los más jóvenes, la directora ha dejado claro en una entrevista que le realizaran a propósito de su película Ciudad en rojo lo que considero su punto de vista también en esta obra: “Siempre me sorprende —dice Rebeca— cuando la gente habla de la Revolución como algo que ya pasó, como una gripe que le dio: la Revolución está pasando todavía, y tiene que seguir pasando con el sello de cada momento”.
Creo, sin embargo, que la clave del documental no está ni en las reflexiones sagaces y controvertibles de Alfredo Guevara ni en la franqueza perentoria de Guillermo Jiménez, y mucho menos en la viveza cándida de Mirabal y Velazco. Rebeca sabe que las respuestas verdaderas al diálogo entre cultura y política están en el arte mismo que desde Cuba y sobre Cuba —que arte cubano no es hoy arte sobre Cuba— se hace. Verdaderamente rotundas resultan en pantalla las imágenes de la obra de Nelson y Liudmila. Contundentes son, también, los argumentos en que estos creadores sustentan las piezas que conforman una de sus muestras más importantes: “para nosotros —nos dicen— Cuba es la Revolución y, antes de la Revolución, Cuba es José Martí”. Y claro, el cine es mucho más elocuente y en este caso, ya lo verán, por elocuente, polémico, discutidor, osado. No podría ser de otro modo. Les toca a los verdaderos creadores en Cuba repetir el gesto de Piñera: debemos interrogar de frente. Las consecuencias de su intervención en 1961 aún pueden ser percibidas, Luneta No. 1 discute a partir de ese punto cero que marca Palabras a los intelectuales, se mueve hacia atrás y hacia delante, profundiza.
Hace unos días, cuando vi el documental, le pregunté a Rebeca si lo había hecho pensado en su generación o en la mía. Al responderme me habló de su equipo, integrado mayoritariamente por jóvenes creadores del audiovisual, de su necesidad de ser arropada por las nuevas generaciones. Ahora sé que la realizadora va incluso más allá, su documental interroga al futuro. Son los cubanos y cubanas por venir quienes deberán responder ¿qué es la Revolución? A ellos tomo prestadas las palabras y adelanto una respuesta: la Revolución es, también, el cine de Rebeca Chávez.
 
1- En la transcripción que se conoce de la intervención de Virgilio Piñera, la frase no aparece de esta manera, sin embargo, el imaginario la ha conservado así o con ligeras variantes. A falta de una grabación que nos permita fijar la frase, prefiero usarla como la tradición oral ha asentado.




Romanza del jaguar y el pixel. Notas para presentar dos revistas de artes visuales

Jaime Gómez Triana

Suele suceder que quienes hacemos publicaciones seriadas o vivimos de ellas, rara vez rehusamos la invitación para presentar una revista. Algo hay de solidaridad en esa extraña compulsión a decir “sí”, cuando en realidad uno debería al menos pensarlo un poco. Sobre todo, si en vez de una, resulta que hay que presentar dos. Confieso que primero pensé que estaba oyendo doble, pero al llegar a la oficina me esperaban las dos entregas anunciadas, lo que me permitió corroborar que no solo era problema de audición, también veía doble de manera que solo tenía una opción: ser condescendiente con los asistentes, recordar que los presentadores somos apenas un mal “necesario” y ser definitivamente breve. Lo intentaré, tratando de no trastocar los contenidos de una y otra, porque lo cierto es que leí en tropel, seleccionando al azar el orden de los textos y alternando las revistas con el objetivo de reproducir, en alguna medida y en tiempo récord, un itinerario natural y distendido de lectura, cuyo trazado definitivo habla más de mí que de la publicación misma porque ese es, acaso, el sentido primero de una revista: interpelar, interrogar, confrontar. 

Arte digital en Cuba es el título del dossier que ocupa el espacio principal de Arte Cubano 3 de 2010. Miradas diversas a los diez años del Salón de Arte Digital que organiza el Centro Pablo contribuyen a vitalizar un debate en torno al desarrollo de la relación arte-tecnología en nuestro contexto. De ese modo, los puntos de vista de Meyken Barreto, Ángel Alonso y Carina Pino Santos no solo intentan ser resumen de lo avanzado, sino que buscan leer esa trayectoria en línea con la propia discusión que el Salón ha puesto sobre la mesa, cruzando, en algunos casos, los límites fijados por el propio evento para intentar atisbar el estado de la cuestión entre nosotros y sembrar algunas interrogantes al respecto. 



Es este, no obstante, un número diverso que mira al quehacer contemporáneo desde disímiles aristas. La profesora Norma Mederos abre la entrega debatiendo la relación arte-política-poder a partir de su experiencia de trabajo en el Instituto Superior de Arte. Mientras que Cristina González centra su análisis en la labor de 15 años de la Fundación Caguayo y en el desarrollo de la obra de Alberto Lescay. Jorge R. Bermúdez, por su parte, se encarga de valorizar la obra de Mariano Rodríguez en su cercanía con José Lezama Lima, lo cual permite al autor, no solo sacar a flote las confluencias entre dos creadores extraordinarios sino, además, aquilatar la densidad del campo cultural republicano. 

Textos críticos y de análisis se dedican también a un grupo de artista en estas páginas. Flor de Liz López sigue la trayectoria del imprescindible Eladio Rivadulla, Premio Nacional de Diseño 2009; Hamlet Fernández aborda el desempeño de Eduardo Roca (Choco); Andrés Álvarez se sumerge en la creación de René Peña en un recorrido que culmina en la expo más reciente de este creador; Virginia Alberdi se detiene en el trabajo más conocido de Enrique Ávila; mientras que Elvia Rosa Castro pone a dialogar la obra de Glenda León con la de Elizabet Serviño. Completa la entrega el texto Los estudios visuales y el giro icónico, del teórico Keith Moxey, que ocupa la sección Pensando alto, y las reseñas de los libros Casabe y matajíbaro. Éxodo y permanencia en la plástica camagüeyana y Nkame, a cargo de Rafael Acosta de Arriba y Lázara Menéndez, respectivamente.  

Cierro así este número de Arte Cubano y abro el otro.

Aunque el nuevo número de una publicación es siempre una novedad, sobre todo porque aquí en Cuba nos recuerda que sobrevivir es posible —el nuevo ejemplar, entre nosotros, siempre llega cuando ya casi habíamos olvidado la existencia de la revista—, la verdadera exclusividad de esta tarde de premios  —así se diría en televisión— es la llegada de la segunda entrega de ArteSur, la revista latinoamericana de artes visuales del Proyecto Grannacional ALBA Cultural que, como expresa en su editorial, “quiere ser registro profundo y a la vez canal de impulso, espacio de legitimación y ‘astrolabio’”. 

Un Jaguar salta en la portada de este número y ese gesto intenta atrapar —mérito del diseñador— un devenir que es, a un tiempo, consumación y apuesta, la del arte y la de la publicación misma, que abre compilando fragmentos extraídos de documentos diversos a través de los cuales se ha soñado el continente y la creación aquí originada. Las ideas de Bolívar, Siqueiros, Maples Arce, los redactores de Martín Fierro, Oswald de Andrade y Torres García se juntan para configurar una plataforma diversa y polémica de lo propio, un escenario de ensoñaciones y desafíos que conecta con los debates del presente y se articula con lo expuesto en los textos que completan la sección Coordenadas, el primero, a cargo de la venezolana Isabel Huizi Castillo, quien revisita la noción “criollismo” a partir del diálogo entre lo nuestro y lo ajeno y el segundo, de Manuel López Oliva, quien desarrolla y afinca, al mirar el arte del continente, la idea martiana de lo nuestroamericano. 

La sección Miradas inicia con un recorrido historiográfico, a cargo de José Manuel Noceda, acerca de la circulación internacional de arte caribeño. El texto, que conecta con el que, también en está páginas, propone Corina Matamoros, sobre la circulación del arte cubano, realiza un exhaustivo y crítico inventario de exposiciones que han abierto las puestas a los creadores de la región. Itala Schmelz, por su parte, se refiere a dos espacios alternativos que protagonizaron el panorama mexicano de los 90, recuperación que se comunica con el trabajo de la curadora Dominique Brebion quien esboza una cartografía de la creación en Martinica, centrando el análisis en la importancia que, para los artistas, tiene la memoria. Finalmente, completan la sección la mirada de Nahela Hechavarría a los objetivos y postulados de la muestra De la abstracción… al arte cinético, con la cual la Casa de las Américas festejó sus 50 años de ardua labor en la promoción de las culturas del Continente, y las palabras de Lesbia Vent Dumois a propósito de la publicación de la carpeta Maestros que contiene reproducciones de emblemáticas obras del arte latinoamericano. 

Un amplio dosier dedicado a la X Bienal de La Habana se recoge en la sección Identifíquese, resaltada por varios autores en su condición de “evento planetario que aglutina y valora el arte contemporáneo del llamado Sur…”. Voces de Brasil, España y Cuba abordan diversos territorios al interior del evento, lo que permite una mirada plural al diverso panorama dibujado a partir del tema “Integración y resistencia en la era global”. Más allá, sobresale la mirada puntual a la propuesta de la Fundación Claudio Perna de Venezuela que extendió hasta capital de Cuba su proyecto Radar, y los diálogos con el brasileño Paulo Bruscky y con el chicano Guillermo Gómez Peña.

Se concentra la publicación, inmediatamente, en la obra de notables creadores de diversas generaciones. Tadeu Chiarelli estudia la producción reciente del fotógrafo brasileño Ding Musa; Gladys Yunes Yunes profundiza en la obra del gran maestro del arte cinético Jesús Soto, en texto que conecta con el ya mencionado de Nahela Hechavarría; Anaeli Ibarra y Patricia Miranda despiezan, en recorrido minucioso, la producción del cubano Abel Barroso, cuya pieza Fábrica de la globalización fue de las más comentadas en la X Bienal de La Habana. Cierra este panorama una entrevista al pintor aymara Roberto Mamani Mamani, a cargo del periodista Pedro de la Hoz, en la que el artista aborda temas relacionados con las nuevas realidades que sustentan la gestión del presidente Evo Morales.

Hacia el final del número, el crítico cubano Nelson Herrera Ysla ensaya a partir de la obra inmensa y la vida del centenario arquitecto brasilero Oscar Niemeyer, quien fuera galardonado en 2008 con el Premio ALBA de las Artes y Jorge R. Bermúdez diserta en Chac Mol en Martí, acerca de la extraordinaria influencia que ejerció en el Apóstol de la independencia cubana la imagen de esa deidad maya que inspiró uno de sus autorretratos. Con ese texto, que es, sin duda, un aporte a la bibliografía sobre Martí y, en particular, a los estudios sobre su relación con nuestras culturas indígenas, la revista cierra el arco que abrió con los fragmentos iluminados de Bolívar en su Carta de Jamaica. El espectro que va de un punto a otro es amplio y no quiere ser únicamente registro del devenir, sino también, espacio de confrontación y análisis que mira al pasado y afinca su garrocha en el futuro. Ese salto, es el salto de jaguar y es también el sueño del argentino Paolo Bergomi, presidente de la Asociación Latinoamericana de Diseño, con cuyas palabras, justo al centro de esta revista doble, abre quizá una próxima entrega.

Antes decía que el presentador era acaso un “mal necesario”, persona condenada al índice, pero lo cierto es que me seduce leer bajo presión y de una. Es quizá la mejor manera de apreciar un proyecto editorial, de calibrar sus apuestas y desafíos. Leer ArteSur ha sido una delicia, no solo por su contenido sino también por el amplísimo despliegue visual que la publicación propone para acompañar sus dos versiones contrapuestas en español y en inglés. Tengo un amigo que parte a la mitad los libros demasiado gruesos y otro que cuando presenta la revista que dirige suele desarmarla en público, nada podrán hacer con este número, pues su propia estructura, su cohesión y el modo en que una versión y otra se complementan, a partir de una visualidad a un tiempo lúdica y proteica, hacen de la revista un verdadero ejemplar de colección.
    
Y no digo más, solo espero que perdonen la cháchara, a esta hora y con este calor. A Rubén, a Isabel y a Samuel no les podía decir que no. La suerte de poder llevar las revistas a casa hará olvidar el mal rato y quizá unos mojitos nos ayuden a terminar esta tarde de manera feliz.

No hay comentarios: