Autobiografía
y unipersonales: maneras de pensar a Piñera
Jaime Gómez Triana
La más
reciente edición de Mayo Teatral se ha sumado a las celebraciones por el
centenario de Virgilio Piñera. Cuatro obras y una coreografía integraron la
muestra especial dedicada al más notable de los dramaturgos cubanos de todos
los tiempos1. A solicitud de la curadora del evento se rescataron
varios montajes de los cuales me gustaría reseñar dos que siento atravesados
por una misma pulsión. El trac, con actuación y puesta en escena
de Alexis Díaz de Villegas, y Un jesuita de la literatura, con puesta de
Carlos Díaz a partir de la versión del actor Osvaldo Doimeadiós —intérprete del
unipersonal—, abordan sobre la escena los conflictos que se verifican al
interior de los procesos de creación artística tanto en el teatro, como en la
literatura, ámbitos centrales del quehacer del autor de Electra Garrigó.
Siempre he
pensado que los espectáculos unipersonales exploran de manera peculiar en la
biografía de los intérpretes y es esa indagación, que junta la necesidad de
expresión del actor, su experiencia y su capacidad de riesgo, la que hace
eficaz el encuentro con el público. Y, en efecto, si aceptamos los argumentos
que avalan la labor del narrador de historias como principal antecedente de
arte escénico, incluso por encima del ritual, tendríamos que admitir de
igual modo la relación que se establece entre el histrión en soledad y el
espectador, enfrentado no ya a una historia, sino a un actor-personaje que nos
confronta, también con su fragilidad y desamparo.
Develar las
claves secretas de la acción, mostrar el juego interno del actor fue quizá uno
de los propósitos de Piñera al escribir El trac, una de sus pequeñas
piezas, publicada póstumamente. El diálogo prefigurado entre el personaje
—Actor— y una voz en off —Voz Grabada— presenta a un hombre que decidió
inventar un juego que es la vida misma, el teatro, la literatura. El texto-collage
incluye citas de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo e incluso del
propio autor, lo cual refleja una perspectiva autobiográfica presente en una
gran parte de la producción literaria de Piñera. Y es justamente ese gozne el
que aprovecha Alexis Díaz de Villegas quien sumerge en la puesta un grupo de
elementos que dan cuenta de su propia trayectoria, vinculada a Teatro
Obstáculo, Teatro El Público y Argos Teatro. El entrenamiento de este actor y
su peculiar relación de trabajo con el gran maestro de la escena cubana,
recientemente fallecido, Vicente Revuelta, constituyen las simientes de esta obra
en la que revisa los estilos de interpretación de la historia del arte escénico
al tiempo que subraya la precariedad del actor, desasido de afeites y elementos
escenográficos, que enfrenta sus propios temores y asume el riesgo de
interpelar al espectador cara a cara.
La
autobiografía es la materia principal del cuento “Un jesuita de la literatura”,
incluido en el volumen de relatos Muecas para escribientes. La versión
de Osvaldo Doimeadiós, quien con anterioridad había trabajado un montaje de ese
mismo texto, se actualiza ahora con la mirada de Carlos Díaz y la colaboración
del dramaturgo Norge Espinosa. Si en El trac es el actor quien se
enfrenta a la tarea tenaz de inventar un juego y jugarlo, en Un jesuita…es el escritor el que se debate entre la máquina de escribir y la realidad que
lo circunda, lo invade, lo trastorna. La puesta se concentra más bien en
presentar al propio Piñera, rehuyendo de lo estereotipado y superficial y
entrando de lleno en la dimensión de un conflicto personal que se corporiza
fundamentalmente en el propio comportamiento del personaje y su manera de
narrar sucesivas historias, a un tiempo, cotidianas y absurdas. Se sirve, el
también el comediante, de su propia trayectoria y, si bien no cita otros
montajes en este, sí emplea con soltura diversos modos de interactuar con el
espectador, con el que habla directamente, todos ellos ampliamente investigados
y desplegados en anteriores puestas.
En ambos casos, sobresale el histrionismo que permite atender no solo a la historia, sino también disfrutar sensorialmente el juego técnico de altísimo nivel de ambos intérpretes. Más cifrado, El trac nos pone frente a la tarea tan tremenda que es ser y estar en escena. Un jesuita… por su parte abre la comunicación y busca a partir de los contrastes enfatizar en la tragedia cotidiana del intelectual comprometido con su tiempo y con la belleza. Ambos espectáculos evidencian un compromiso, no solo con lo que Virgilio es y representa para nuestra cultura, sino con el oficio teatral en sí mismo. Me gusta decir que el unipersonal es siempre un testimonio y quizá toda obra lo es, también desde la mirada colectiva. No obstante, la soledad del actor en escena implica siempre una relación confesional con el espectador lamentablemente no siempre lograda. Tanto Alexis como Doimeadiós logran pasar esa prueba y lo hacen junto con Piñera. A cien años de su nacimiento, estas puestas demuestran su vigencia, su vocación siempre experimental y su refinada y perspicaz manera de mirar y pensar su contexto: el teatro, la literatura, la Isla.
En ambos casos, sobresale el histrionismo que permite atender no solo a la historia, sino también disfrutar sensorialmente el juego técnico de altísimo nivel de ambos intérpretes. Más cifrado, El trac nos pone frente a la tarea tan tremenda que es ser y estar en escena. Un jesuita… por su parte abre la comunicación y busca a partir de los contrastes enfatizar en la tragedia cotidiana del intelectual comprometido con su tiempo y con la belleza. Ambos espectáculos evidencian un compromiso, no solo con lo que Virgilio es y representa para nuestra cultura, sino con el oficio teatral en sí mismo. Me gusta decir que el unipersonal es siempre un testimonio y quizá toda obra lo es, también desde la mirada colectiva. No obstante, la soledad del actor en escena implica siempre una relación confesional con el espectador lamentablemente no siempre lograda. Tanto Alexis como Doimeadiós logran pasar esa prueba y lo hacen junto con Piñera. A cien años de su nacimiento, estas puestas demuestran su vigencia, su vocación siempre experimental y su refinada y perspicaz manera de mirar y pensar su contexto: el teatro, la literatura, la Isla.
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