sábado, 12 de mayo de 2012


Autobiografía y unipersonales: maneras de pensar a Piñera

Jaime Gómez Triana 


La más reciente edición de Mayo Teatral se ha sumado a las celebraciones por el centenario de Virgilio Piñera. Cuatro obras y una coreografía integraron la muestra especial dedicada al más notable de los dramaturgos cubanos de todos los tiempos1. A solicitud de la curadora del evento se rescataron varios montajes de los cuales me gustaría reseñar dos que siento atravesados por una misma pulsión. El trac, con actuación y puesta en escena de Alexis Díaz de Villegas, y Un jesuita de la literatura, con puesta de Carlos Díaz a partir de la versión del actor Osvaldo Doimeadiós —intérprete del unipersonal—, abordan sobre la escena los conflictos que se verifican al interior de los procesos de creación artística tanto en el teatro, como en la literatura, ámbitos centrales del quehacer del autor de Electra Garrigó


Siempre he pensado que los espectáculos unipersonales exploran de manera peculiar en la biografía de los intérpretes y es esa indagación, que junta la necesidad de expresión del actor, su experiencia y su capacidad de riesgo, la que hace eficaz el encuentro con el público. Y, en efecto, si aceptamos los argumentos que avalan la labor del narrador de historias como principal antecedente de arte escénico, incluso por encima del ritual,  tendríamos que admitir de igual modo la relación que se establece entre el histrión en soledad y el espectador, enfrentado no ya a una historia, sino a un actor-personaje que nos confronta, también con su fragilidad y desamparo.


Develar las claves secretas de la acción, mostrar el juego interno del actor fue quizá uno de los propósitos de Piñera al escribir El trac, una de sus pequeñas piezas, publicada póstumamente. El diálogo prefigurado entre el personaje —Actor— y una voz en off —Voz Grabada— presenta a un hombre que decidió inventar un juego que es la vida misma, el teatro, la literatura. El texto-collage incluye citas de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo e incluso del propio autor, lo cual refleja una perspectiva autobiográfica presente en una gran parte de la producción literaria de Piñera. Y es justamente ese gozne el que aprovecha Alexis Díaz de Villegas quien sumerge en la puesta un grupo de elementos que dan cuenta de su propia trayectoria, vinculada a Teatro Obstáculo, Teatro El Público y Argos Teatro. El entrenamiento de este actor y su peculiar relación de trabajo con el gran maestro de la escena cubana, recientemente fallecido, Vicente Revuelta, constituyen las simientes de esta obra en la que revisa los estilos de interpretación de la historia del arte escénico al tiempo que subraya la precariedad del actor, desasido de afeites y elementos escenográficos, que enfrenta sus propios temores y asume el riesgo de interpelar al espectador cara a cara. 

La autobiografía es la materia principal del cuento “Un jesuita de la literatura”, incluido en el volumen de relatos Muecas para escribientes. La versión de Osvaldo Doimeadiós, quien con anterioridad había trabajado un montaje de ese mismo texto, se actualiza ahora con la mirada de Carlos Díaz y la colaboración del dramaturgo Norge Espinosa. Si en El trac es el actor quien se enfrenta a la tarea tenaz de inventar un juego y jugarlo, en Un jesuita…es el escritor el que se debate entre la máquina de escribir y la realidad que lo circunda, lo invade, lo trastorna. La puesta se concentra más bien en presentar al propio Piñera, rehuyendo de lo estereotipado y superficial y entrando de lleno en la dimensión de un conflicto personal que se corporiza fundamentalmente en el propio comportamiento del personaje y su manera de narrar sucesivas historias, a un tiempo, cotidianas y absurdas. Se sirve, el también el comediante, de su propia trayectoria y, si bien no cita otros montajes en este, sí emplea con soltura diversos modos de interactuar con el espectador, con el que habla directamente, todos ellos ampliamente investigados y desplegados en anteriores puestas.


 En ambos casos, sobresale el histrionismo que permite atender no solo a la historia, sino también disfrutar sensorialmente el juego técnico de altísimo nivel de ambos intérpretes. Más cifrado, El trac nos pone frente a la tarea tan tremenda que es ser y estar en escena. Un jesuita… por su parte abre la comunicación y busca a partir de los contrastes enfatizar en la tragedia cotidiana del intelectual comprometido con su tiempo y con la belleza. Ambos espectáculos evidencian un compromiso, no solo con lo que Virgilio es y representa para nuestra cultura, sino con el oficio teatral en sí mismo. Me gusta decir que el unipersonal es siempre un testimonio y quizá toda obra lo es, también desde la mirada colectiva. No obstante, la soledad del actor en escena implica siempre una relación confesional con el espectador lamentablemente no siempre lograda. Tanto Alexis como Doimeadiós logran pasar esa prueba y lo hacen junto con Piñera. A cien años de su nacimiento, estas puestas demuestran su vigencia, su vocación siempre experimental y su refinada y perspicaz manera de mirar y pensar su contexto: el teatro, la literatura, la Isla.

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