sábado, 25 de abril de 2009

¿Quién soy? Medea


Foto: Abel Carmenate

Adria Santana es nuevamente Medea en la más reciente obra de Abelardo Estorino; juntos, la actriz y el autor-director, reescriben el mito de la temible hechicera de la Cólquida, repasan sus sucesivas visitaciones y dan nueva voz una mujer que se esconde bajo infinitas capas de improperios. Malquerida por bárbara, bruja y filicida, Medea reaparece esta vez condenada a narrar la verdad que no develan las notas oficiales. Engañada por Jasón, ninguneada por Creón y fugitiva de su padre Eetes, Medea queda sola frente a sus actos. La historia, vuelta a vivir en la escena, deja a la luz espacios y relaciones que corporizan imágenes quizás demasiado cercanas.

Teniendo como principal fuente la versión del mito que escribiera Eurípides apenas unos meses antes del estallido de la guerra del Peloponeso, la nueva obra no nos presenta a la Medea raptada del poeta Píndaro, quien inculpa a la diosa Afrodita de ser responsable del amor impetuoso que la princesa de los colcos siente por Jasón, a causa del cual deviene una de las mayores asesinas de la tragedia ática. Estorino da vida a un personaje escindido, fragmentado en múltiples visiones. Esta maniobra, intertextual y a un tiempo eficazmente dramática, deconstruye el estereotipo y nos presenta a través del testimonio de la propia heroína las acalladas razones que se esconden tras su horrible biografía.

Ya en tiempos de Pericles, Eurípides, proponía este texto con el ánimo de discutir el diferendo que acabó por enfrentar en bélica contienda a atenienses y a peloponesios. La historia del estado poderoso que impone la ley del más fuerte y se erige en imperio totalitario regresa para conectar al espectador de hoy con un mundo en el que dominan desigualdades cada vez más marcadas y permanentes imposiciones de Norte sobre el Sur. El desplazamiento, las migraciones, los exilios son tópicos de siempre que focalizados desde nuestro ámbito hacen posible la discusión de asuntos impostergables.

Más allá de las tradicionales marcas de género, Medea sueña Corinto planta sobre la escena un debate político y dilucida sobre el papel de individuo en la historia. Desde el escenario nos habla el personaje que se sabe traidora de los suyos, presa de una fascinación que acabará perdiéndola. Traicionada ella misma, Medea idea una venganza que la libere de toda humillación, su acción la condena por mujer y esa condena eterniza en ella la máscara del horror. No obstante, la historia misma que nos cuenta con la intención de juzgar también a quienes le han dado voz, subvierte de modo definitivo su rol de mujer y sustenta su autonomía como heroína, con iguales derechos que sus pares hombres.

En el pirandelliano juego que caracteriza la escritura de Estorino, la actriz cede todo espacio al personaje que aspira a escapar del destino trazado, que aborrece la leyenda, que se sabe Mujer. Adria, contundente y precisa en su interpretación, se da el lujo de entrar y salir de la fábula, que sabe y quiere intemporal, sin dejar de ser al mismo tiempo Medea y la actriz. Una y otra defenderán razones de entonces y de ahora, juntas enfrentarán derrotas y vagas promesas de prosperidad, juntas colarán el café final con la certeza de que “hay que hacer cada día lo que a ese día corresponde”.

De este modo el unipersonal activa un diálogo que va más allá del conflicto que subyace al interior del personaje. La asamblea de los dramaturgos y las disímiles lecturas que se deducen de un testimonio absolutamente visceral nos acercan a un debate de connotaciones corales. Medea deviene ágora, escenario de una contienda que la obliga a mirar fuera de sí -- más allá del tópico de la pasión que arrebata y ciega -- las múltiples circunstancias que condicionan su definitivo cambio de fortuna.

Compleja desde la superposición de fuentes y contextos, la nueva pieza de Estorino, calibra la fuerza misma del personaje y la hace voz mediante un extraordinario manejo de la lengua. El discurso desenfadado y liberador de la heroína, la muestra rebelde ante la facundia altanera de un Corneille: “la vida avanza con hechos no con palabras”. Sin embargo, esta vez la palabra es fiel aliada que permite evocar y tejer sucesos y paisajes, una nueva tela que será espejo donde interrogarnos pues la puesta siembra preguntas tremendas y queda abierta aunque la actriz apague al final todas las velas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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