Estoy firmemente convencido de que el fin de la literatura (en el proceso
teatral) es ofrecer resistencia al teatro. Sólo cuando un texto no se puede
representar supuesta la constitución actual del teatro es productivo o
interesante para el teatro.
Heiner Müller
La Medea material de Müller es sin duda una de las grandes obras de la escena contemporánea. Su fuerza, su desgarradora vitalidad y al mismo tiempo su extrañeza la convierten en un texto quimérico que impulsa por su sola naturaleza concreciones escénicas infinitamente lejanas entre sí. Heiner Müller ha tomado el mito de la hechicera y el argonauta para recontar la historia de la Europa saqueada y devastada por infinitas guerras. Medea y Jasón son la Mujer y el Hombre ante sus circunstancias, que intentan dotar de sentido acciones que reconocen condicionadas por la masa. Son personajes que se saben enigma, encrucijada, arquetipo, fantasmas. Son actores y espectadores de la historia, palabra en medio de una textualidad abierta a múltiples significaciones, una textualidad que es acaso el latido interior de un sentimiento, la imposible escritura de la angustia, la acción del corazón que intenta aprehender su tiempo.
La cantante eslovena Dikta Haberl está vestida de negro, lleva ropas masculinas y el pelo suelto. Sentada en una silla junto al micrófono, en una esquina a la izquierda, espera una señal para comenzar su número. Es una cantante en un cabaret improvisado, sobre ella cuelga una bola de espejos, creo que está borracha. Finalmente comienza a cantar, la siento a un tiempo sensual y tremendamente agresiva. Su imagen y su voz activan un conmutador que me hace pensar en cosas perdidas. La canción termina y sin embargo aún no puedo conectar nada con el texto Heiner Müller que he leído en las dos únicas traducciones que he tenido a mano –Brigitte Aschwanden, 1989, y Orestes Sandoval, 2003. Dikta Haberl regresa a su silla, a partir de aquí disfrutará lo que sigue como si lo estuviera soñando. Sí, ha de estar muy borracha, creo que se enajena, sabe que no tiene que cantar nada más, de aquí en adelante no tiene otra obligación que estar sola consigo misma, distante y presente a la vez. No comprendo el esloveno, un rato después de terminada la obra, en la carretera que me lleva a San José de las Lajas, me estaré preguntando si su canción comenzaba diciendo: Lago cerca de Straussberg Ribera despojada…
La casa de la comedia, en medio de tanta restauración, sigue siendo una casa vieja, repleta de antiguas huellas. Ha llovido mucho y la función ha sido adaptada para que transcurra toda en un pequeño espacio, mañana será diferente pero mañana no estaré. Al parecer, por la lluvia, nuestras sillas han sido puestas bajo techo, sin embargo no estamos adentro. Adentro está el camerino. Adentro están la croata Senka Bulic y el esloveno Marko Mandil. Cuánta sutileza, el conflicto ya está en sus nombres, en sus biografías, en el Sueño Yugoslavo. Ivica Buljan, autor de la puesta en escena que del texto de Müller nos entrega el Mini Teater Ljubljana de Eslovenia, se concentra en la palabra, en la fuerza de una batalla que nos sobrepasa, en la emoción soterrada. Sé que aprovecha a esos actores para vertebrar el sentido de su puesta, creo que Müller es un bisturí, un escarpelo que, en las manos del director, permite acceder a un nivel muy profundo del ser, y sacar a la luz el registro que deja la historia en el cuerpo.
Dividida en tres monólogos sucesivos –La Canción, Medea, El Yo Colectivo (los nombres de estos momentos son míos)–, la puesta explota una teatralidad que nace en el acto mismo de la palabra encarnada y distanciada. Müller desarrolla y supera el teatro épico y espacializa el conflicto en una escritura que ha de ser necesariamente cuerpo. Buljan sabe que su escenario es el actor, es por eso que no hay aquí un trabajo de construcción de atmósfera, ni una intención expresa de ilusión. La puesta es «la puesta» que reconoce provocación directa e irreverente, intención pura, potencialidad infinita en la síntesis de los elementos. Allí, de pie bajo el dintel de una puerta achacosa, está Medea. Ha venido para cumplir su acto, para sostener con la presencia y la extraordinaria energía de su imagen el discurso que Müller ha escrito para ella, para maldecir y condenar, para clamar venganza, para calcular los daños hechos a su cuerpo, a su estirpe, a su amor. Llega luego de la hermosa canción que interpreta Dikta Haberl, digamos que sabe esperar su turno, en qué momento aparecer frente a los espectadores para decir –¿ensayar?– su parte.
Senka Buliæ interpreta a Medea en su lengua natal. La actriz es la espacialización del personaje, su vestido es evidente vestuario escénico, al inicio dialoga con el director –supongo que este dice la parte que corresponde a la nodriza— y luego continua con fuerza calculada y con odio infinito, sin embargo siento que no nos pierde de vista que está conciente de sus progresos, que vigila cada intención de su voz, cada imagen que pone frente a sí. Se que la actriz-Medea nos mira de soslayo, nos tiende una trampa, nos seduce. Me concentro en su cuerpo, en los hombros, en la respiración, en las manos que golpean el pecho con fuerza. Su rostro es quizás el más expresivo que he visto, su lengua, sus cejas. Hay una hechicera en cada parte de su cuerpo que clama justicia. Me siento tribunal, jurado: no sé si perdonar a Medea u otorgar un premio a Senka Buliæ que defiende al personaje.
Mientras Senka Buliæ cumple su parte, Marko Mandíæ se pasea en unos calzones rotos por esa habitación que hace las veces de camerino y lugar de los actores, toma algunas cervezas y fuma sin parar.[1] El actor está tan relajado que apenas parece tener otra tarea que la de ser un fondo contrastante. Él no es Jasón, el actor no busca interpretar a un personaje de Eurípides, Séneca o Pasolini, interpretará el «yo colectivo» de Müller, formará parte de paisaje. Creo que es tal vez por eso que el actor va casi desnudo. Su «personaje» es plural, usa micrófono y se dirige a todos directamente, se desplaza entre el público y canta, manteniéndose a medio camino, entre una estrella del pop y un líder rockero; tiene un programa de éxito y realiza junto a nosotros su Reality Show. Actor de gran fuerza y de extraordinaria expresividad, Marko Mandíæ pronuncia el texto en esloveno y muestra otra cara del conflicto, él es también una víctima que remite a las catástrofes con las que trabaja la humanidad actual, es un ser en estado de descomposición, alguien que ha perdido el rumbo, un condenado a muerte, un cadáver que también intenta seducirnos, colarse en nuestras venas, conquistarnos, colonizarnos.
Quiero pensar que quizás cuando Müller escribió su texto intuía este montaje, tal vez fue para que estos creadores se encontraran con su pieza que deslizó allí la referencia al Sueño Yugoslavo. Unión y exclusión de Eslovenia y Croacia. Ivica Buljan sintetiza la Historia en su montaje, muestra apenas la esencia contenida en el conflicto y rechaza la acumulación infinita de imágenes que suele acompañar las escenificaciones de las obras de Müller. Su propuesta pone al actor como centro. Es allí donde la palabra fundante del alemán encuentra su corporalidad mejor. No hay efectos aquí, todo responde a un sentido que es a la vez clave y enigma de la puesta. Su concepto particular está inscrito en la relación cuerpo-historia, de ahí la importancia de una puesta como esta dentro del contexto contemporáneo. En una entrevista reciente, aparecida en el boletín del XII Festival de Teatro de La Habana Perro huevero…, su director ha dicho que es «una respuesta artística a la guerra» y eso de algún modo queda claro incluso para quien desconoce el texto. Medea Material corporaliza una vivencia terrible, conjura la muerte y clama por la paz.
Nota [1] William Ruiz –que estudia teatrología en el ISA– me dirá luego que al siguiente día la ausencia de la lluvia permitirá a los miembros del Mini Teater Ljubljana otra distribución espacial para esta segunda parte. Algunos coincidirán en que la pieza perdió fuerza el segundo día pero William me explicará con argumentos que ojalá publiqué que la puesta lograba con el cambio de espacio una definición mejor.
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