lunes, 31 de octubre de 2011

André y Dorine: el valor de la memoria


Jaime Gómez Triana

El colectivo vasco Kulunka, trajo al 14 Festival de Teatro de La Habana una pieza estremecedora y al mismo tiempo cargada de esperanza. Juego tragicómico de máscaras, André y Dorine asume como espectáculo un gran riesgo. Sumergirse en el tema de la vejes y el final de la vida mirando de frente a una de las enfermedades más horribles que podemos padecer: el Alzheimer. Historia de amor y olvido, el espectáculo logra conmover a partir de la minuciosa construcción de un sistema de relaciones en el que se pone de relieve el comportamiento del ser humano en familia.
La vida está llena de pequeñísimos detalles y es justamente en esos momentos, cotidianos y comúnmente imperceptibles, en los que se detienen Jose Dault, Garbiñe Insausti y Edu Cárcamo, quienes dan vida a una extensa galería de peculiares personajes modelados a partir de máscaras fijas y, por ello, imposibilitados en el uso de la palabra, lo cual obliga a poner énfasis en la acción, en la relación, en el contacto.
La intensidad del trabajo radica justo en su síntesis, en el modo en que se complementan el lenguaje seleccionado y el tema, en el trabajo con lo esencial: la acción justa, el gesto preciso, la mirada que oscila entre el devenir de la acción dramática y el espectador. Cómplice de las máscaras, el público acompaña el proceso de construcción de una historia que, narrada desde el artificio, deviene  generalización y nos permite a todos y cada uno conectar con nuestra propia biografía. Sorprende entonces la cuidada articulación de los elementos que sustentan la historia de amor de estos dos personajes y el modo en que el espectáculo los muestra. De hecho, la enfermedad bien podría ser un pretexto, pues lo más importante es la pregunta rotunda que la pieza pone sobre la mesa: ¿quiénes somos?
Identidad y alteridad son aquí piezas de un rompecabezas que exhibe la absoluta disolución del sujeto contemporáneo, su crisis que es desarraigo, soledad, silencio, olvido. La enfermedad actúa entonces al interior de la trama como un catalizador que obliga a mirar con ojos nuevos antiguos retratos de familia, aquellos en los que todos aparecen felices y enamorados. Las viejas instantáneas disparan el recuerdo y son el testimonio de esa vida real en la que ser y estar eran una misma cosa para la pareja, un destino compartido, una aventura por  venir. 
Con puesta en escena de Iñaki Rikarte, vestuario de Ikerne Giménez y máscaras de Garbiñe Insausti, André y Dorine, desmonta el tradicional melodrama que acompaña a la enfermedad y la confronta con humor y artificio, recordándonos que la vida no se detiene y que también llega el tiempo del olvidio. Entonces, parecen decirnos estos artistas solo el amor salva, siempre salva.


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