Invitada por el Instituto Goethe, la compañía alemana, una de las más importantes entre aquellas que se dedican a la danza teatral en Alemania, presentó Zweiland (Doble país), pieza que aborda el tema de la reunificación tras la caída del muro y nos presenta una galería de personajes fragmentados, sufriendo las neurosis de la vida contemporánea, intentando re-construir un espacio armónico de convivencia.
La fractura y el vacío se contraponen a la nostalgia del pasado, representado en el mundo sonoro que los propios bailarines-actores activan sobre la escena. Un lenguaje surrealista, sustentado con la presencia de imágenes oníricas de fuerte intacto, revela contradicciones vivas entre el hombre y el sistema social. El cuerpo es el principal escenario. El hombre aparece esquizo, roto, dividido como el país.
La coreografía da cuenta justamente del modo peculiar con que la historia se inscribe en el cuerpo. La danza permite mirar de cerca asuntos muy complejos que no pueden ser recogidos en informes y estadísticas. El performer registra sensaciones y las expresa, su comportamiento es testimonio vivo de procesos psicológicos y sociales que no aparecen en la televisión y que no recoge la prensa.
De alta elaboración conceptual y interpretativa, Zweiland permitió al público cubano entrar en contacto con una tradición danzaría que tienen a la recientemente desaparecida Pina Bausch entre sus principales nombres. Figura imprescindible de ese panorama, Sasha Waltz es, sin duda, una de las más importantes coreógrafas contemporáneas. Su peculiar manera de concebir el movimiento y la teatralidad la hacen dueña de una poética de gran autonomía.
Por su parte The Royal Ballet dio un regalo de lujo al pueblo cubano, su presencia en la isla hizo posible el encuentro entre dos grandes escuelas de ballet y nos permitió apreciar el altísimo rigor de la destacada compañía inglesa que, durante su estancia en La Habana, rindió homenaje a Alicia Alonso, figura principalísima en la historia de la danza mundial y en la creación de la Escuela Cubana de Ballet.
Fue justamente la función de homenaje a la Alonso el momento cumbre del programa previsto por el Rollal Ballet en La Habana gracias a la unión en escena de importantes figuras del ballet cubano y la agrupación londinense. Viengsay Valdés, Anette Delgado, Yolanda Correa y Joel Carreño, compartieron el escenario de la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana con bailarines de la talla de la española Tamara Rojo, la australiana Leanne Benjamin y el italiano Federico Bonelli, en lo que fue sin duda clase magistral de técnica y estilo depurados, que permitió además contrastar las particularidades de ambas escuelas. Especial significación tuvo en este sentido la aparición de la española Tamara Rojo junto al cubano Carlos Acosta, primer bailarín invitado de Royal, en el pas de deux de El Corsario. Un muy peculiar talento interpretativo distingue la carrera de estas dos destacadas figuras de la danza a nivel internacional.
Chroma (2006), coreografía de Wayne McGregor, fue por su parte la gran revelación del programa en la noche de homenaje, el cual incluyó además la pieza Un mes en el campo (1975), con coreografía original de Frederick Ashton.
Extraordinaria visión del mundo contemporáneo Chorma activa nuestros sentidos a partir de una muy peculiar investigación de espacio y el movimiento. Líneas angulares que desestructuran el comportamiento cotidiano y reescriben la convención dancística imperan en esta pieza que se alzó tras su estreno con los premios South Bank Show de la Danza y Laurence Olivier a la Mejor Producción de una Nueva Coreografía. Con música de Joby Talbot, la obra muestra un muy depurado lenguaje técnico que se sustenta en la experimentación y la relectura de códigos establecidos.
Asistimos a la apoteosis del cuerpo que, despojado de las rutinas de siempre, se muestra a sí mismo pletórico de potencialidades inéditas, abierto a experiencias desconocidas. Es la interacción entre los cuerpos desafiantes la que hace vibrar los sentidos del espectador en una frecuencia no habitual. La coreografía quiebra el equilibro y nos hace salir de nuestra comodidad. La pieza nos obliga a mirar al hombre en el mundo como si fuera por vez primera y nos hace distinguir la vida en sus complejidades e imponderables.
Las presentaciones fueron un éxito. El público abarrotó las salas y aquellos que no pudieron entrar tuvieron la posibilidad de ver en grandes pantallas ubicadas al aire libre la trasmisión en directo de cada una de las funciones. Los bailarines, en acto de generosidad, saludaron en vivo frente a cada una de estas pantallas. El público tenía así la oportunidad de intercambiar vivamente con varias de las figuras más prominentes de la danza mundial.
Las funciones de Manon (1974), pieza del coreógrafo y bailarín británico Kenneth MacMillan, en el teatro Karl Marx, pusieron punto final a la estancia habanera del Royal Ballet. Al término de la última función y frente al público que se abarrotaba en la calle, Mónica Mason, directora de la Compañía, afirmó: "El Royal Ballet ha bailado en muchos países del mundo, pero nunca nos hemos sentido con tanto calor como hemos sentido en el pueblo de Cuba". Justo antes de partir manifestó su deseo de regresar a La Habana.
La visita de ambas compañías, histórica desde todo punto de vista, será recordada por mucho tiempo. El lenguaje de la danza activa puentes muy firmes y nuestra cultura se beneficia con la posibilidad inmensa que brinda el poder apreciar la obra de destacados coreógrafos y, sobre todo, la posibilidad infinita de superación de las potencialidades humanas que se da en los más grandes bailarines cuyo trabajo es metáfora de las posibilidades infinitas de la especie.
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